Empecé
a escribir esta novela en un caliente Febrero cubano. Era el
año 2006 y el sol pegaba sobre Santiago de Cuba sin piedad. A las dos de la tarde el taxista me descargó
en la plaza del Mercado Ferreiro. Sin una pizca de sombra, con mi mochila, mi
sombrero de Panamá y las gafas ahumadas tendría que haber buscado la residencia
de mi amigo Ermanno. Después de muchas
peripecias encontré la casa particular donde fui recibido con un jugo fresco de
naranja. Fue allí que conocí a la dueña,
la patrona de la casa, una mujer alta y un poco entrada en años que, sin ni
siquiera averiguar mi nombre, me preguntó si había visitado La Habana. A mi respuesta negativa empezó un largo
monólogo lleno de suspiros y de recuerdos que tenía siempre el mismo
estribillo. “Como era bonita antes” – acompañado naturalmente de mi pregunta:
“¿Antes de qué?”
Ella,
como si yo no hubiera abierto boca, continuaba: “Carros, luces, lujos, artistas,
dólares, hombres elegantes, música ... antes, La Habana era el centro del
mundo”.
Continuó
contando que los domingos su padre la llevaba a los campos de zafra, donde los
campesinos levantaban la mirada solo para saludar al patrón, volviendo en
seguida los ojos al suelo, inclinados entre las cañas de azúcar. Indicándome con el dedo exclamó: “¡Cada uno
sabía cual era su lugar antes! ¡No como ahora!”
“¿Antes
de qué?”
“¡Pues
de Castro y de la revolución!”
Me fui
hacia la costa sin comentarios, pero en mi retina quedó fijada la escena de los campesinos
inclinados en el suelo y pensé que esa había sido la Revolución... la
posibilidad de esas personas de no tener que inclinarse más delante del patrón.
Así,
con una urgencia que jamás había experimentado antes, empecé a escribir el
“Viento antes del viento”.
De
vuelta a casa, después de un par de meses de dar vueltas a la idea, empecé a
estudiar la historia de la isla rebelde y, así me dí cuenta, que los cubanos
estaban acostumbrados a las revoluciones y que una larga hilera roja unía un
siglo de historia a partir del 1868, pasando a través de la expulsión de los
españoles a fines del siglo diecinueve, transitando por los años ’30 para
llegar a diciembre del 1958. La historia
de la Isla es una galería de personajes revolucionarios a partir de José Martí,
Maceo, Mella, Tony Guiteras, para llegar a los hermanos Castro, Cienfuegos y
Guevara.
Tenía
suficiente material para crear una saga y me vinieron en ayuda los Gutiérrez,
cultivadores de tabaco, una de las familias más ricas de la Isla. A partir de
Universo, he contado las historias de cinco generaciones pasando a través de
Hadar, Salvador, Santiago y, finalmente Yara. Historias de fantasía, pero que
tienen como telón de fondo la Historia única de la Isla. Y hoy, que la saga llegó al final, estos
personajes que me han acompañado en mis últimos doce años de vida profesional,
me faltarán. Con sus peripecias, sus idealismos, el estar siempre de la misma
parte para defender a los esclavos, a las
prostitutas, a los fugitivos y a la verdad.
Aunque les cueste la vida. No me queda que agradecer a los tantos amigos
que en modo completamente desinteresado han colaborado a mi complejo trabajo.
Un reconocimiento especial para mis compañeros que me han sostenido en los momentos
de debilidad; ellos que, sin perdir nada en cambio, continúan a defender y
difundir ideas de igualdad, de justicia y de solidaridad. Un agradecimiento
particular a mi amigo Ermanno sin el cual no hubiera podido describir las
maravillas de un pueblo tan especial siempre en lucha para defender la
Revolución.
A
Paula por su ayuda y su paciencia.
A tí
lector que has seguido esta aventura no me queda que saludarte a la cubana: ¡hasta
la victoria !
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