“Quédate tranquila, nadie de nosotros te hará
daño”.
Yara se relajó.
“Dejémola reposar – dijo la voz del muchacho. Regresaremos más tarde”.
Pasaron las horas y Yara abrió los ojos. Le trajeron dos bananas y un higo, robados probablemente
por la calle. Se quedó inmóvil por un
momento, incapaz de poner los pensamientos en órden, hasta que no le vinieron
ganas de llorar. apenas la cabeza encontrando el rostro del
muchacho. Desconocido, pero con una
sonrisa bondadosa: “Fuerza muchacha, lo
peor ha pasado” – fueron las primeras palabras que logró entender.
Yara Gutiérrez sintió un escalofrío. ¿Qué cosa le
habría sucedido ahora? La fruta le había dado un poco de energía. Logró enfocar la figura inclinada sobre ella:
los lineamientos sutiles, delicados, como la suave sonrisa que le dirigía, los
ojos agudos y en movimiento, la barba fina y poco espesa, casi caprina. Los cabellos rebeldes que salían de una boina
negra con la incrustación de una estrellita roja. Era poco más que un adolescente. Pero no habían otras personas en las que podía
confiarse.
“Soy el médico del Movimiento 26 de Julio – le
dijo – y no estás bien”.
El acento de un país lejano lo traicionó. Podía ser una buena noticia, pensó Yara.
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