La muchacha no tenía aún treinta años. Llevaba un vestido de lino rojo que diseñaba
su cuerpo con garbo. Su mirada, perdida
en el aire que olía a riqueza, mostraba una expresión incierta, como si
estuviera a punto de sonreír y luego hubiera cambiado idea. Los cabellos eran muy cortos y tenían una
tonalidad particular. Acostumbrado a
buscar la luz y los matices en cada cosa, los habría definido casi amarillos, aún
más que rubios y, las pestañas largas exaltaban la luz de sus ojos. Ningún engaño puede competir con la simple
evidencia de sus hombros derechos, del diseño armonioso de una bella espalda y
de un seno exhuberante y provocante, como dos montañas que desafían a un
conquistador. A pesar del maquillaje, de las pupilas partía una
mirada ingenua, delicada y esto acentuaba la espontaneidad de su rostro. La forma de los ojos dejaba en el aire un
sabor de tierras árticas y los labios bien diseñados contribuían a marcar
antiguos rasgos de las estepas. La
pertenencia a un mundo lejano encontraba confirmación en la cándida piel y en
la curva delicada de la quijada.
Pero la mirada, los ojos, el iris azul me
impactaron más que otra cosa, y por largo rato la miré, sin lograr apartar mi
vista, intuyendo que Yara Gutiérrez vencía, en belleza, a todas las otras
mujeres, sonriendo a momentos, casi como queriendo disculparse públicamente por
ser tan bella y tan increíblemente atractiva.
Cualquiera, mirándola, habría imaginado que era una mujer sofisticada y
segura de sí misma tanto en el plano personal como en aquel social. Era su historia a hablar por ella, su modo de moverse y mirar, de gustarse el
mundo. Sólo en los días siguientes,
después de haber revelado las fotos de la noche, me di cuenta de que su
particularidad estaba en la capacidad de encantar al interlocutor. De aquellos ojos se generaba una luz, un
reflejo que mostraba una fuerza escondida, profunda hasta hacerla parecer
disminuída por fuerza en su personaje de mujer rica e importante. Ojos capaces de iluminar el mundo alrededor y
las personas que lo frecuentaban. Tal
vez para advertirles de lo que habría sucedido de allí a pocos meses. Ojos capaces de mostrar un mundo que vivía en
la penumbra de fatigas lejanas. Entender
qué cosa escondían aquellos ojos habría sido imposible, pensé mirando mis
fotografías. ¿Pasión? ¿Rabia? ¿O un
secreto de mantener escondido? Pero el
hecho que Yara Gutiérrez no tuviera familiaridad con aquel ambiente, me
conmovió dejándome imaginar un mundo diferente y posible.
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