Poco después divisamos la calle Obispo y el edificio de
los Gutiérrez. Santiago Gutiérrez se
había hecho cargo de la consistente herencia de la familia, mudándose a la
hacienda en los meses de la cosecha del tabaco, mientras en el edificio de
calle Obispo había instalado las oficinas.
Era desde allí que el tabaco era seguido en su largo recorrido que desde
el enorme fundo alcanzaba cada parte del
globo.
Aunque estaba deslumbrado por su belleza y su esplendor. Yara en su mirada el rayo de una persona que busca justicia, sabiendo que antes
o después la habría encontrado. Quedó
asomada, con los ojos perdidos en la noche:
“Nunca he querido olvidar. El
viento de la revolución será como una justicia divina. Aplanará cada cosa y dará paz a todos los que
en esta isla están obligados a agachar la cabeza”.
Nos tendimos en la cama, quedando en silencio por mucho rato, y aunque a pesar
de saber que ella estaba despierta, caí en un sueño profundo. Me desperté después de dos horas. La habitación estaba desierta.
Encontré una nota escrita con una caligrafía decidida y
ordenada:
Calle Obispo. Entre Aguacaste y Compostela.
Hay una librería y al lado un portón.
Estaré allí a esperarte…cuando querrás…
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