En los primeros meses del año 1952 Batista, con un
golpe de Estado muy bien preparado, había tomado el poder en una noche, sin
disparar ni una sola bala, suspendiendo la constitución, disolviendo los
partidos, prohibiendo las manifestaciones. La administración Truman se había alineado, sin reservas, al lado del
dictador. El pueblo cubano, atónito, no
había reaccionado, a excepción de Castro que había afirmado: “No existe nada de más amargo en el mundo que
el espectáculo de un pueblo que se duerme libre y se despierta esclavo”. El mundo político y aquel de los negocios,
acostumbrados a la corrupción, intuyeron que se estaba preparando un pastel
aparentemente sin límites. La apertura
de los cordones de la bolsa estatal era codiciada por muchos y, para quienes actuaban en las zonas
grises del tejemaneje entre comercio, política y corrupción, colaborar con el
hermano cercano a estrellas y barras no habría sido un problema. Fue en aquel período que Batista manifestó
claramente su idea de sociedad y reclutó, como consejero para el juego de azar,
Mayer Lansky que, cuando le preguntaron si hubiera estado disponible en cambio de
25.000 dólares al año, respondió:
“Cuenten conmigo”. La idea de transformar la capital cubana en una
nueva Las Vegas circulaba ya desde hace tiempo entre los hombres fieles al boss
Salvatore Lucania, conocido como Lucky Luciano, y la ascención del Mulato
Lindo, sobrenombre dado al dictador años atrás, había resuelto buena parte de
los problemas. Luciano y Mayer Lansky, compañeros desde cuando eran muchachos en
busca de gloria, comenzaron a tejer la tela, seguros que los colegas de la
cúpula norteamericana los habrían apoyado.
Así fue que desde Cleveland llegaron los viejos amigos de la banda de
Mayfield Road, que con Lansky habían creado la Molaska Corporation a finales
del Prohibicionismo. Llegaron amigos
desde Las Vegas. Se agregaron los
representantes del grupo de Chicago.
Cinco familias de New York, New Orleans, Buffalo, Kansas City y
Pittsburgh viajaron con regularidad a La Habana, donde alrededor de las
piscinas se encontraban el hebreo polaco y el siciliano, Costello o
Genovese. No podía faltar a la llamada
Santo Traficante, el hombre de los ojos verdes que desde hacía tiempo se había
transferido a Cuba que, a pesar de su aspecto manso, era famoso por sus actos
violentos. Una reunión que había tenido un prólogo en
diciembre de 1946 cuando, en el Hotel Nacional, todos los representantes de las
familias se habían encontrado para una conferencia que había pasado a la historia de la mafia. Hombres en apariencia honestos y dedicados a
los negocios, ligados por lazos inseparables, decididos a actuar el Método,
como algunos llamaban al acuerdo ideado por Lansky, que consistía en el dividir
en tres partes los ingresos nocturnos: un tercio para pagar los gastos de la
sala, un tercio como ganancia y un tercio para girarlo a los altos cargos judiciales y gobernativos,
los que en cambio no habrían visto lo
que estaba pasando y habrían permitido a Lansky
de actuar sin problemas. Todos
reunidos alrededor de la idea de transformar La Habana en una ciudad donde no
se dormía nunca, seguros de que cuando el dinero iniciaría a circular, cada uno
habría tenido un pedazo de la torta. (El Viento antes del Viento)
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